Orígenes de la moral
Ética prehumana
El comportamiento no humano
Debido a que, por razones obvias, no existe registro histórico de alguna sociedad humana en el período anterior a que tuviera estándares de lo correcto y lo incorrecto, la historia no puede revelar los orígenes de la moral. La antropología tampoco es de ninguna ayuda, porque las sociedades humanas que se han estudiado hasta ahora tienen formas de moral propias (excepto quizás en las circunstancias más extremas). Afortunadamente, es posible otro modo de investigación. Debido a que la vida en grupos sociales es una característica que los humanos comparten con muchas otras especies animales, incluidos sus parientes más cercanos, los simios, presumiblemente el ancestro común de los humanos y los simios también vivía en grupos sociales. El comportamiento social de los animales no humanos y la teoría de la evolución que explica dicho comportamiento podrían, entonces, aportar hipótesis sobre los orígenes de la moral humana.
La vida social, incluso para los animales no humanos, requiere restricciones en el comportamiento. Ningún grupo puede permanecer unido si sus miembros realizan ataques frecuentes e irrestrictos entre ellos. Con algunas excepciones, los animales sociales suelen abstenerse por completo de atacar a otros miembros del grupo social o, si se produce un ataque, no convierten la lucha subsiguiente en una pelea a muerte: se termina cuando el animal más débil muestra sumisión. No es difícil ver analogías aquí con los códigos morales humanos. Los paralelos, sin embargo, van mucho más allá. Al igual que los humanos, los animales sociales pueden tener conductas que beneficien a otros miembros del grupo, incluso cuando hay un costo o riesgo para ellos mismos. Los babuinos machos amenazan a los depredadores y cubren la retaguardia mientras la tropa se retira. Los lobos y los perros salvajes llevan carne a los miembros de la manada que no pudieron estar en la cacería. Los gibones y los chimpancés con comida, en respuesta a un gesto, la compartirán con otros miembros del grupo. Los delfines sostienen a otros delfines enfermos o heridos, nadando debajo de ellos por horas y empujándolos hacia la superficie para que puedan respirar.
Podría pensarse que la existencia de tal comportamiento aparentemente altruista es extraña, ya que la teoría evolutiva afirma que aquellos que no luchan por sobrevivir y reproducirse serán eliminados a través de la selección natural. La investigación en teoría evolutiva aplicada al comportamiento social, sin embargo, ha demostrado que la evolución no necesita ser tan despiadada. Parte de este comportamiento altruista lo explica la selección por parentesco. Los ejemplos más obvios son los sacrificios que los padres hacen por su descendencia. Si los lobos ayudan a sus cachorros a sobrevivir, es más probable que sus características genéticas, incluida la característica de ayudar a sus propios cachorros, se propaguen a través de generaciones adicionales de lobos.
Parentesco y reciprocidad
Aunque es menos obvio, el principio también se aplica cuando hay ayuda a otros parientes cercanos, incluso si no son descendientes. Un niño comparte el 50 por ciento de los genes con cada uno de sus padres, pero los hermanos completos también tienen, en promedio, el 50 por ciento de sus genes en común. Por lo tanto, una tendencia a sacrificar la vida propia por la de dos o más hermanos podría extenderse de una generación a la siguiente. Entre primos, donde solo se comparte el 12.5 por ciento de los genes, la relación beneficio-sacrificio tendría que incrementarse correspondientemente.
Cuando el altruismo aparente no se da entre parientes, podría estar basado en la reciprocidad. Un mono presentará su espalda a otro mono, que le quitará parásitos; después de un tiempo los roles se revertirán. La reciprocidad también puede ser un factor en el intercambio de alimentos entre animales no emparentados. Tal reciprocidad dará sus frutos, en términos evolutivos, siempre y cuando los costos de ayudar sean menores que los beneficios de ser ayudados, y mientras los animales no se beneficien a largo plazo del "engaño," es decir, del recibir favores sin devolverlos. Parece que la mejor manera de garantizar que quienes hacen trampa no prosperen es que los animales puedan reconocer las trampas y negarles los beneficios de la cooperación la próxima vez. Esto es posible solo entre animales inteligentes que viven en grupos pequeños y estables durante un largo período de tiempo. La evidencia respalda esta conclusión: se ha observado un comportamiento recíproco en aves y mamíferos, y los casos más evidentes se registran entre lobos, perros salvajes, delfines, monos y simios.
Recapitulando, el altruismo filial y la reciprocidad existen, al menos en algunos animales no humanos que viven en grupos. ¿Podrían estas formas de comportamiento ser las bases de la ética humana? Hay buenas razones para creer que podrían serlo. El parentesco es una fuente de obligaciones en toda sociedad humana. En todas las sociedades conocidas se considera el cuidado de los hijos como un deber de la madre , y el mantener y proteger a la familia como deber del padre esta casi igualmente extendido. Los deberes hacia los parientes cercanos tienen prioridad sobre los deberes hacia los parientes más lejanos, pero, en la mayoría de las sociedades, incluso los parientes lejanos son tratados mejor que los extraños.
Si bien el parentesco es el vínculo más básico y universal entre los seres humanos, el vínculo de reciprocidad no se queda atrás. Sería difícil encontrar una sociedad que no reconociera, al menos en algunas circunstancias, la obligación de devolver favores. En muchas culturas, esto se lleva a extremos extraordinarios, y hay elaborados rituales de intercambio de presentes. A menudo el reembolso debe ser superior al regalo original, y esta escalada puede llegar a extremos que eventualmente amenazan la seguridad económica del donante. Las enormes fiestas “potlatch” de ciertas tribus nativas americanas son un ejemplo bien conocido de este tipo de situación. Muchas sociedades melanesias también otorgan mucha importancia al dar y recibir grandes cantidades de artículos valiosos.
Muchas características de la moral humana podrían haber surgido de prácticas recíprocas elementales, como la remoción mutua de parásitos de lugares incómodos. Supongamos que una persona quisiera que le quitaran los piojos de su cabello y quisiera, a cambio, eliminar los piojos del cabello de otra persona. La persona debe elegir a su pareja con cuidado. Si él ayuda a todos indiscriminadamente, se encontrará despiojando a otros sin que le quiten sus propios piojos. Para evitarlo, debe aprender a distinguir entre los que devuelven favores y los que no. Al distinguirlos, estaría separando a los cooperadores de los no cooperadores y, en el proceso, desarrollando nociones crudas de equidad y trampa. Como es natural, fortalecerá sus relaciones con quienes cooperen, desarrollando lazos de amistad y lealtad, y un correlativo sentimiento de estar obligado a dar ayuda cuando se requiera.
Esto no es todo. Es probable que los cooperadores reaccionen de manera hostil e iracunda con aquellos que no cooperan. Quizás considerarán la reciprocidad como buena y "correcta" y la trampa como mala e "incorrecta". Partiendo de esto, hay sólo un pequeño paso a decidir que los peores tramposos deben ser expulsado de la sociedad, o castigados de alguna manera para que nunca vuelvan a aprovecharse de los demás. Por lo tanto, un sistema de castigo y una noción de la justa pena constituyen el otro lado del altruismo recíproco.
Aunque el parentesco y la reciprocidad son importantes en la moral humana, no cubren todo el campo. Por lo general, existen obligaciones para con otros miembros de la aldea, tribu o nación, incluso cuando son extranjeros. También puede haber una lealtad al grupo en conjunto distinta de la lealtad a sus miembros individuales. Es en este punto donde podría intervenir la cultura humana. Cada sociedad tiene un claro interés en promover la devoción al grupo y es de esperar un desarrollo de influencias culturales para enaltecer a quienes se sacrifiquen por el bien colectivo y para denigrar a quienes excesivamente privilegien sus intereses particulares. Las recompensas y castigos más concretos pueden complementar el efecto persuasivo de la opinión social. De esta manera se iniciaría un proceso cultural en el que se desarrollan los códigos morales.
La investigación en psicología y neurociencias ha arrojado luz sobre el papel de partes específicas del cerebro en el juicio moral y el comportamiento, sugiriendo que las emociones están fuertemente involucradas en los juicios morales, particularmente aquellos que se forman rápida e intuitivamente. Estas emociones podrían ser el resultado de influencias sociales y culturales, o podrían tener un fundamento biológico en la historia evolutiva de la especie humana; esos fundamentos continuarían ejerciendo cierta influencia, incluso si las fuerzas sociales y culturales empujaran en otras direcciones. Algunas de estas investigaciones, sin embargo, también indican que las personas a veces utilizan procesos de razonamiento para alcanzar juicios morales que contradicen sus respuestas intuitivas habituales.
La investigación en psicología y neurociencias ha arrojado luz sobre el papel de partes específicas del cerebro en el juicio moral y el comportamiento, sugiriendo que las emociones están fuertemente involucradas en los juicios morales, particularmente aquellos que se forman rápida e intuitivamente. Estas emociones podrían ser el resultado de influencias sociales y culturales, o podrían tener un fundamento biológico en la historia evolutiva de la especie humana; esos fundamentos continuarían ejerciendo cierta influencia, incluso si las fuerzas sociales y culturales empujaran en otras direcciones. Algunas de estas investigaciones, sin embargo, también indican que las personas a veces utilizan procesos de razonamiento para alcanzar juicios morales que contradicen sus respuestas intuitivas habituales.
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(Traducido y adaptado por M. Paesani del artículo Ética, de Peter Singer para la Encyclopaedia Britannica).
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