domingo, 17 de mayo de 2020

Ética 4.

Orígenes de la ética


Ética y antropología

Muchas personas creen que no hay universales morales, es decir, que existe tanta variación de una cultura a otra que ningún principio o juicio moral es aceptado por todas . Ya se ha demostrado que esto es falso. Por supuesto, hay enormes diferencias en cómo se aplican los principios generales discutidos hasta ahora. El deber de los hijos con sus padres significaba una cosa en la sociedad tradicional china y significa algo muy diferente en las sociedades occidentales contemporáneas. Sin embargo, la preocupación por los parientes y la reciprocidad se consideran buenas en prácticamente todas las sociedades humanas. Además, todas las sociedades tienen, por razones obvias, algunas restricciones sobre matar y herir a otros miembros del grupo.

Saliendo de este terreno común, las variaciones en las actitudes morales pronto se vuelven más sorprendentes que las similitudes. La fascinación del hombre con semejante variedad se remonta a la antigüedad. El historiador griego Heródoto (fallecido 430–420 a. C.) relata que el rey persa Darío I (550–486 a. C.) convocó a algunos griegos ante él y les preguntó cuánto tendría que pagarles por comer los cuerpos de sus padres. Se negaban a hacerlo sin importar el precio. Luego convocó a algunos hindúes, que por costumbre comían los cuerpos de sus padres, y les preguntó a cambio de qué accederían a quemar esos cuerpos. Los hindúes respondieron airados que no debía mencionar un acto tan horrible. Heródoto extrajo la moraleja obvia: cada nación piensa lo mejor de sus propias costumbres.

Las variaciones morales no se estudiaron sistemáticamente hasta el siglo XIX, cuando el conocimiento de los occidentales sobre las partes más remotas del mundo comenzó a aumentar. En El origen y desarrollo de las ideas morales (1906–08), el antropólogo finlandés Edward Westermarck (1862–1939) comparó las diferencias entre  sociedades en asuntos como la prohibición de matar (incluida el asesinato en guerra, la eutanasia, el suicidio, el infanticidio, el aborto, el sacrificio humano y los duelos); el deber de mantener a los niños, los ancianos o los pobres; las formas de relación sexual permisible; la condición de la mujer; el derecho a la propiedad y lo que se considera robo; la tenencia de esclavos; el deber de decir la verdad; las restricciones dietarias; la preocupación por los animales no humanos; los deberes con los muertos; y los deberes con los dioses. Westermarck no tuvo dificultad en mostrar la existencia de una gran diversidad en aquello que diferentes sociedades han considerado como buena conducta en cada una de estas áreas. Estudios más recientes, aunque menos exhaustivos, han confirmado que las sociedades humanas pueden prosperar, y lo hacen, aunque mantengan puntos de vista radicalmente diferentes sobre todas estas cuestiones; aunque, por supuesto, algunos grupos dentro de cada sociedad puedan encontrarse más perjudicados bajo ciertos conjuntos de creencias que bajo otros distintos.

Como se señaló anteriormente, la ética no se ocupa principalmente en describir los sistemas morales de las diferentes sociedades. Esa tarea, que permanece en el nivel de la descripción, corresponde  a la antropología o a la sociología. En contraste, la ética se ocupa de la justificación de los principios morales (o de la imposibilidad de tal justificación). Sin embargo, la ética debe tomar nota de las variaciones en los sistemas morales, porque a menudo se ha afirmado que dicha variedad prueba que la moral es simplemente una cuestión de costumbres y que, por lo tanto, siempre es relativa a cada sociedad particular. Según este punto de vista, ningún principio moral puede ser válido más allá de las sociedades en las que se lo encuentra. Palabras como bueno y malo simplemente significan, suele afirmarse, "aprobado en mi sociedad" o "desaprobado en mi sociedad", y, por lo tanto, buscar una ética objetiva, o racionalmente justificable, es buscar lo que de hecho es una ilusión.

Una forma de responder a esta posición sería enfatizar el hecho de que hay algunas características comunes a prácticamente todas las morales humanas. Podría pensarse que estas características comunes deben ser el núcleo universalmente válido y objetivo de la moral. Sin embargo, este argumento implicaría una falacia. Si la explicación de las características comunes es simplemente que son ventajosas en términos de teoría evolutiva, eso no las hace correctas. La evolución es una fuerza ciega incapaz de conferir una impronta moral al comportamiento humano. Puede ser un hecho que el preocuparse por los parientes esté de acuerdo con la teoría evolutiva, pero decir que la preocupación por los pariente es, por lo tanto, correcta, sería intentar deducir valores de los hechos. En cualquier caso, el hecho de que algo esté aprobado universalmente no necesariamente lo hace correcto. Si todas las sociedades humanas esclavizaran a cualquier tribu que pudieran conquistar, y algunos librepensadores moralistas insistieran en que la esclavitud está mal, no se podría afirmar que dicen tonterías solo por tener pocos partidarios. De manera similar, entonces, el apoyo universal a los principios de parentesco y reciprocidad no puede probar que estos principios estén de alguna manera objetivamente justificados.

Este ejemplo ilustra la forma en que la ética difiere de las ciencias descriptivas. Desde el punto de vista de la ética, ya sea que los códigos morales humanos presenten muchos paralelos entre sí o, al contrario, que sean extraordinariamente diversos, la cuestión de cómo debe actuar un individuo permanece abierta. Quienes no estén seguros de lo que deberían hacer no recibirán ayuda si se les dice qué es lo que su sociedad cree que deberían hacer en las circunstancias en que se encuentran. Incluso si se les dice que prácticamente todas las demás sociedades humanas están de acuerdo, y que este acuerdo proviene de la naturaleza humana evolucionada, aún pueden razonablemente optar por actuar de otra manera. Si se les dice que existe una gran variación entre las sociedades humanas con respecto a lo que las personas deben hacer en tales circunstancias, pueden preguntarse sobre la posibilidad de una respuesta objetiva, pero su dilema seguiría sin resolverse. De hecho, esta diversidad no contradice la posibilidad una respuesta objetiva: no se puede descartar sin más que la mayoría de las sociedades podrían haberse equivocado. Esta es una cuestión que deberá abordarse, puesto que la pregunta por la existencia de una moralidad objetiva es un tema constante dentro de la ética.

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(Traducido y adaptado por M. Paesani del artículo Ethics, de Peter Singer para la Encyclopaedia Britannica).

viernes, 15 de mayo de 2020

Ética 3. Ética prehumana.

Orígenes de la moral


Ética prehumana


El comportamiento no humano

Debido a que, por razones obvias, no existe registro histórico de alguna sociedad humana en el período anterior a que tuviera estándares de lo correcto y lo incorrecto, la historia no puede revelar los orígenes de la moral. La antropología tampoco es de ninguna ayuda, porque las sociedades humanas que se han estudiado hasta ahora tienen formas de moral propias (excepto quizás en las circunstancias más extremas). Afortunadamente, es posible otro modo de investigación. Debido a que la vida en grupos sociales es una característica que los humanos comparten con muchas otras especies animales, incluidos sus parientes más cercanos, los simios, presumiblemente el ancestro común de los humanos y los simios también vivía en grupos sociales. El comportamiento social de los animales no humanos y la teoría de la evolución que explica dicho comportamiento podrían, entonces, aportar hipótesis sobre los orígenes de la moral humana.

La vida social, incluso para los animales no humanos, requiere restricciones en el comportamiento. Ningún grupo puede permanecer unido si sus miembros realizan ataques frecuentes e irrestrictos entre ellos. Con algunas excepciones, los animales sociales suelen abstenerse por completo de atacar a otros miembros del grupo social o, si se produce un ataque, no convierten la lucha subsiguiente en una pelea a muerte: se termina cuando el animal más débil muestra sumisión. No es difícil ver analogías aquí con los códigos morales humanos. Los paralelos, sin embargo, van mucho más allá. Al igual que los humanos, los animales sociales pueden tener conductas que beneficien a otros miembros del grupo, incluso cuando hay un costo o riesgo para ellos mismos. Los babuinos machos amenazan a los depredadores y cubren la retaguardia mientras la tropa se retira. Los lobos y los perros salvajes llevan carne a los miembros de la manada que no pudieron estar en la cacería. Los gibones y los chimpancés con comida, en respuesta a un gesto, la compartirán con otros miembros del grupo. Los delfines sostienen a otros delfines enfermos o heridos, nadando debajo de ellos por horas y empujándolos hacia la superficie para que puedan respirar.

Podría pensarse que la existencia de tal comportamiento aparentemente altruista es extraña, ya que la teoría evolutiva afirma que aquellos que no luchan por sobrevivir y reproducirse serán eliminados a través de la selección natural. La investigación en teoría evolutiva aplicada al comportamiento social, sin embargo, ha demostrado que la evolución no necesita ser tan despiadada. Parte de este comportamiento altruista lo explica la selección por parentesco. Los ejemplos más obvios son los sacrificios que los padres hacen por su descendencia. Si los lobos ayudan a sus cachorros a sobrevivir, es más probable que sus características genéticas, incluida la característica de ayudar a sus propios cachorros, se propaguen a través de generaciones adicionales de lobos.

Parentesco y reciprocidad

Aunque es menos obvio, el principio también se aplica cuando hay ayuda a otros parientes cercanos, incluso si no son descendientes. Un niño comparte el 50 por ciento de los genes con cada uno de sus padres, pero los hermanos completos también tienen, en promedio, el 50 por ciento de sus genes en común. Por lo tanto, una tendencia a sacrificar la vida propia por la de dos o más hermanos podría extenderse de una generación a la siguiente. Entre primos, donde solo se comparte el 12.5 por ciento de los genes, la relación beneficio-sacrificio tendría que incrementarse correspondientemente.

Cuando el altruismo aparente no se da entre parientes, podría estar basado en la reciprocidad. Un mono presentará su espalda a otro mono, que le quitará parásitos; después de un tiempo los roles se revertirán. La reciprocidad también puede ser un factor en el intercambio de alimentos entre animales no emparentados. Tal reciprocidad dará sus frutos, en términos evolutivos, siempre y cuando los costos de ayudar sean menores que los beneficios de ser ayudados, y mientras los animales no se beneficien a largo plazo del "engaño," es decir, del recibir favores sin devolverlos. Parece que la mejor manera de garantizar que quienes hacen trampa no prosperen es que los animales puedan reconocer las trampas y negarles los beneficios de la cooperación la próxima vez. Esto es posible solo entre animales inteligentes que viven en grupos pequeños y estables durante un largo período de tiempo. La evidencia respalda esta conclusión: se ha observado un comportamiento recíproco en aves y mamíferos, y los casos más evidentes se registran entre lobos, perros salvajes, delfines, monos y simios.

Recapitulando, el altruismo filial y la reciprocidad existen, al menos en algunos animales no humanos que viven en grupos. ¿Podrían estas formas de comportamiento ser las bases de la ética humana? Hay buenas razones para creer que podrían serlo. El parentesco es una fuente de obligaciones en toda sociedad humana. En todas las sociedades conocidas se considera el cuidado de los hijos como un deber de la madre , y el mantener y proteger a la familia como deber del padre esta casi igualmente extendido. Los deberes hacia los parientes cercanos tienen prioridad sobre los deberes hacia los parientes más lejanos, pero, en la mayoría de las sociedades, incluso los parientes lejanos son tratados mejor que los extraños.

Si bien el parentesco es el vínculo más básico y universal entre los seres humanos, el vínculo de reciprocidad no se queda atrás. Sería difícil encontrar una sociedad que no reconociera, al menos en algunas circunstancias, la obligación de devolver favores. En muchas culturas, esto se lleva a extremos extraordinarios, y hay elaborados rituales de intercambio de presentes. A menudo el reembolso debe ser superior al regalo original, y esta escalada puede llegar a extremos que eventualmente amenazan la seguridad económica del donante. Las enormes fiestas “potlatch” de ciertas tribus nativas americanas son un ejemplo bien conocido de este tipo de situación. Muchas sociedades melanesias también otorgan mucha importancia al dar y recibir grandes cantidades de artículos valiosos.

Muchas características de la moral humana podrían haber surgido de prácticas recíprocas elementales, como la remoción mutua de parásitos de lugares incómodos. Supongamos que una persona quisiera que le quitaran los piojos de su cabello y quisiera, a cambio, eliminar los piojos del cabello de otra persona. La persona debe elegir a su pareja con cuidado. Si él ayuda a todos indiscriminadamente, se encontrará despiojando a otros sin que le quiten sus propios piojos. Para evitarlo, debe aprender a distinguir entre los que devuelven favores y los que no. Al distinguirlos, estaría separando a los cooperadores de los no cooperadores y, en el proceso, desarrollando nociones crudas de equidad y trampa. Como es natural, fortalecerá sus relaciones con quienes cooperen, desarrollando lazos de amistad y lealtad, y un correlativo sentimiento de estar obligado a dar ayuda cuando se requiera.

Esto no es todo. Es probable que los cooperadores reaccionen de manera hostil e iracunda con aquellos que no cooperan. Quizás considerarán la reciprocidad como buena y "correcta" y la trampa como mala e "incorrecta". Partiendo de esto, hay sólo un pequeño paso a decidir que los peores tramposos deben ser expulsado de la sociedad, o castigados de alguna manera para que nunca vuelvan a aprovecharse de los demás. Por lo tanto, un sistema de castigo y una noción de la justa pena constituyen el otro lado del altruismo recíproco.

Aunque el parentesco y la reciprocidad son importantes en la moral humana, no cubren todo el campo. Por lo general, existen obligaciones para con otros miembros de la aldea, tribu o nación, incluso cuando son extranjeros. También puede haber una lealtad al grupo en conjunto distinta de la lealtad a sus miembros individuales. Es en este punto donde podría intervenir la cultura humana. Cada sociedad tiene un claro interés en promover la devoción al grupo y es de esperar un desarrollo de influencias culturales para enaltecer a quienes se sacrifiquen por el bien colectivo y para denigrar a quienes excesivamente privilegien sus intereses particulares. Las recompensas y castigos más concretos pueden complementar el efecto persuasivo de la opinión social. De esta manera se iniciaría un proceso cultural en el que se desarrollan los códigos morales.

La investigación en psicología y neurociencias ha arrojado luz sobre el papel de partes específicas del cerebro en el juicio moral y el comportamiento, sugiriendo que las emociones están fuertemente involucradas en los juicios morales, particularmente aquellos que se forman rápida e intuitivamente. Estas emociones podrían ser el resultado de influencias sociales y culturales, o podrían tener un fundamento biológico en la historia evolutiva de la especie humana; esos fundamentos continuarían ejerciendo cierta influencia, incluso si las fuerzas sociales y culturales empujaran en otras direcciones. Algunas de estas investigaciones, sin embargo, también indican que las personas a veces utilizan procesos de razonamiento para alcanzar juicios morales que contradicen sus respuestas intuitivas habituales.

La investigación en psicología y neurociencias ha arrojado luz sobre el papel de partes específicas del cerebro en el juicio moral y el comportamiento, sugiriendo que las emociones están fuertemente involucradas en los juicios morales, particularmente aquellos que se forman rápida e intuitivamente. Estas emociones podrían ser el resultado de influencias sociales y culturales, o podrían tener un fundamento biológico en la historia evolutiva de la especie humana; esos fundamentos continuarían ejerciendo cierta influencia, incluso si las fuerzas sociales y culturales empujaran en otras direcciones. Algunas de estas investigaciones, sin embargo, también indican que las personas a veces utilizan procesos de razonamiento para alcanzar juicios morales que contradicen sus respuestas intuitivas habituales.

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(Traducido y adaptado por M. Paesani del artículo Ética, de Peter Singer para la Encyclopaedia Britannica).

jueves, 14 de mayo de 2020

Ética 2. Orígenes de la Ética.

Los orígenes de la ética


Relatos míticos

La Introducción de códigos morales

¿Cuándo comenzó la ética y cómo se originó? Si uno tiene en mente la ética propiamente dicha, es decir, el estudio sistemático de lo que es moralmente correcto e incorrecto, está claro que la ética podría haber surgido solo cuando los seres humanos comenzaron a reflexionar sobre la mejor manera de vivir. Esta etapa reflexiva surgió mucho después de que las sociedades humanas hubieran desarrollado algún tipo de moralidad, generalmente en forma de estándares compartidos de conducta correcta e incorrecta. El proceso de reflexión tiende a surgir de tales costumbres. Podemos decir, entonces, que la ética comenzó con la introducción de los primeros códigos morales.

Prácticamente todas las sociedades humanas tienen algún tipo de mito para explicar el origen de la moral. En el Louvre en París hay una columna babilónica negra con un relieve que muestra al dios del sol Shamash presentando el código de leyes a Hammurabi (muerto hacia 1750 a. C.), conocido como el Código de Hammurabi. La narración de la Biblia hebrea (Antiguo Testamento) según la cual  Dios le dio los Diez Mandamientos a Moisés (siglos XIV y XIII a.C.) en el Monte Sinaí podría considerarse otro ejemplo. En el diálogo Protágoras de Platón (428/427 - 348/347 a. C.), aparece el mito que describe al dios Zeus compadeciéndose de los desventurados humanos, quienes físicamente no eran rivales para las otras bestias. Para compensar estas deficiencias, Zeus les da a los humanos un sentido moral y la capacidad de seguir las leyes y la justicia, permitiendo la vida en comunidades más grandes y la cooperación entre ellos.

Que la moralidad deba estar investida de todo el misterio y el poder del origen divino no es sorprendente. Ninguna otra cosa  proporcionaría razones tan fuertes para aceptar la ley moral. Al atribuir un origen divino a la moral, el sacerdocio se convirtió en su intérprete y guardián y, por lo tanto, se aseguró un poder que no cedería fácilmente. Este vínculo entre moralidad y religión se ha forjado con tanta firmeza que aún hoy suele afirmarse que no es posible la moral sin religión. Según este punto de vista, la ética no es un campo de estudio independiente sino más bien una rama de la teología.

Hay alguna dificultad, ya enunciada por Platón, con la idea de que la moral fue creada por un poder divino. En su diálogo Eutifrón, Platón analizó la hipótesis de que es la aprobación divina lo que hace buena a una acción. Platón señaló que, si este fuera el caso, uno no podría decir que los dioses aprueban tales acciones porque son buenas. ¿Por qué entonces las aprueban? ¿Es su aprobación completamente arbitraria? Platón consideró esto imposible y sostuvo que debe haber algunas normas de lo correcto o incorrecto que sean independientes de los gustos y aversiones de los dioses. Los filósofos modernos generalmente han aceptado el argumento de Platón, porque la alternativa implica que si, por ejemplo, los dioses hubieran aprobado la tortura de los niños y desaprobaran la ayuda a los vecinos, la tortura habría sido buena y la fraternidad vecinal mala.

Problemas con el origen divino de la moral

Un teísta moderno podría decir que, siendo Dios bueno, no podría aprobar la tortura a niños ni desaprobar la ayuda a los vecinos. Al decir esto, sin embargo, el teísta habría admitido tácitamente que hay un estándar de bondad que es independiente de Dios. Sin un estándar independiente, no tendría sentido decir que Dios es bueno; esto solo podría significar que Dios está aprobado por Dios. Parece por lo tanto que, incluso para aquellos que creen en la existencia de Dios, es imposible dar una explicación satisfactoria del origen de la moral en términos de creación divina. Se necesita una explicación diferente.

Hay otras posibles conexiones entre religión y moralidad. Se ha dicho que, incluso si los estándares del bien y del mal existen independientemente de Dios o de los dioses, la revelación divina es el único medio confiable para descubrir cuáles son estos estándares. Un problema obvio con este punto de vista es que aquellos que reciben revelaciones divinas, o que se consideran calificados para interpretarlas, no siempre están de acuerdo en lo que es bueno y lo que es malo. Sin un criterio aceptado para la autenticidad de una revelación o de una interpretación, las personas no están mejor, en lo que respecta a llegar a un acuerdo moral, de lo que estarían si tuvieran que decidir sobre el bien y el mal sin la ayuda de la religión.

Tradicionalmente, una relación más importante entre religión y ética era la idea de que las enseñanzas religiosas proporcionaban una razón para hacer lo correcto. En su forma más cruda, la razón es que la obediencia a la ley moral sería recompensada con una eternidad de dicha, mientras todos los demás arderían en el infierno. En versiones más sofisticadas, la motivación proporcionada por la religión es más inspiradora y menos descaradamente interesada. Ya sea en su versión cruda o sofisticada, o algo intermedio, la religión da respuesta a una de las grandes preguntas de la ética: "¿Por qué debería actuar moralmente?".

Pero la respuesta proporcionada por la religión no es la única disponible.

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(Traducido y adaptado del artículo Ética, de Peter Singer para la Encyclopaedia Britannica).

Ética 1. Introducción.

La ética, también llamada filosofía moral, es la disciplina relacionada con lo que es moralmente bueno y malo, y lo que es moralmente correcto e incorrecto. El término también se aplica a cualquier sistema o teoría sobre los valores o principios morales.

¿Cómo deberíamos vivir? ¿Debemos aspirar a la felicidad o al conocimiento, a la virtud o a la creación de objetos hermosos? Si elegimos la felicidad, ¿será nuestra o la felicidad de todos? Y qué decir de las preguntas más concretas que enfrentamos: ¿es correcto ser deshonesto en una buena causa? ¿Podemos justificar vivir en la opulencia mientras en otras partes del mundo la gente se muere de hambre? ¿Se justifica la guerra en los casos en que es probable que personas inocentes sean asesinadas? ¿Está mal clonar a un ser humano, o destruir embriones humanos en la investigación médica? ¿Cuáles son nuestras obligaciones, si las hay, con las generaciones de humanos que vendrán después de nosotros y con los animales no humanos con quienes compartimos el planeta?

La ética se ocupa de tales preguntas en todos los niveles. Su tema son las cuestiones fundamentales de la toma de decisiones prácticas, y sus principales preocupaciones incluyen la naturaleza de los valores últimos y los estándares que permiten juzgar las acciones humanas como correctas o incorrectas.

Los términos ética y moral están estrechamente relacionados. Actualmente es común referirse a juicios éticos o principios éticos donde hubiera sido más exacto hablar de juicios morales o principios morales. Estas aplicaciones son una extensión del significado de la ética. En un uso anterior, el término no se refería a la moralidad en sí misma sino al campo de estudio, o rama de investigación, que tiene a la moral como tema. En este último sentido, la ética es equivalente a la filosofía moral.

Aunque la ética siempre ha sido vista como una rama de la filosofía, su naturaleza práctica omniabarcadora la vincula con muchas otras áreas de estudio, incluyendo antropología, biología, economía, historia, política, sociología y teología. Sin embargo, la ética sigue siendo distinta de ellas porque no trata sólo cuestiones de conocimiento fáctico, como las ciencias y otras ramas de la investigación. Tiene más bien que ver con la determinación de la  naturaleza de las teorías normativas, y la aplicación de tales conjuntos de principios a problemas morales prácticos.